La tala indiscriminada de árboles en Gran Canaria también tuvo sus episodios nacionales, una especie de serie de terror trágica que duró desde la conquista de las Islas hasta bien avanzado el s. XIX. Este proceso de dentrocidios perjudicó gravemente la biodiversidad y supuso, dicen los expertos, la pérdida del 70 % de la cubierta arbórea. El dolor de esta deforestación, en general en todas las islas, ha sido recogido por muchas manifestaciones artísticas, como la triste endecha a la muerte de Guillén Peraza, con clara alusión a la tierra devastada: no vean placeres, sino pesares, / cubran tus flores los arenales; o Árboles, una campaña periodística de Francisco González Díaz, quien ya en 1906 hablaba de la urgencia de reforestar Gran Canaria como símbolo de sociedad culta y bienestar.
Entre los árboles considerados sagrados por los canarios, según las crónicas, destaca el árbol del Garoé y sus múltiples beneficios para el pueblo, siendo todo él un manantial; también la fuerza legendaria del drago canariensis, que aparece incluso en el Paraíso del Bosco, demostrando el valor que se le otorgaba en la Europa medieval, sobre todo por sus usos medicinales para cicatrizar heridas (la sangre de drago como mímesis), para curar hernias, etc. Pero, curiosamente, de entre todos los seres arbóreos, el más talado, al parecer, fue el pino canario por el grosor de su tronco y la fuerza de su madera, aunque quizá también por ejercer ese gran asombro y adoración en los antiguos canarios debido al porte tan grandioso que tiene, como es el caso del Pino de Teror.
No es segura la raigambre aborigen de este culto al pino, sin embargo los pueblos antiguos sacralizaban el tiempo, quizá por esa información y fuerza que les proporcionaban los solsticios, los equinoccios y los ciclos de las cosechas. También sacralizaban el espacio: un pino de esa envergadura podría verse fácilmente como un ser divino (todas las fuentes escritas destacan la majestuosidad y el tamaño de unos 42 metros de altura y un diámetro del tronco de más de 6 metros), si miramos con esa cosmovisión ancestral. Además, los cronistas recogen la presencia de un manantial de aguas purificadoras allí: «A el pie de este árbol, havía un çarsal de onde salían unos manantiales de agua, que recojida en un pozuelo, la llebaban los canarios, para dar de veber a sus enfermos, i otros tullidos, i de diferentes achaques venían a labarse la parte enferma y verdaderamente sanaban» (Marín de Cubas).
Y aún había más: el pino contaba con tres dragos en su copa y entre ellos con una piedra interior en la que había grabados podomorfos, dijeron después los historiadores, unos pies grabados que sin embargo la fe cristiana atribuyó a los pies de la virgen: «Y dio rasón como en el pie de los dichos Dragos estava una laja, y que en ella estavan señaladas las plantas o pies de Nuestra Señora y que a sido público en los antiguos, y que apareció Nuestra Señora en dicho pino, y entre dichos dragos». Finalmente, este pino cayó, como han seguido cayendo otros muchos congéneres, y de ser considerados seres sagrados muchos árboles han pasado a ser olvidados y descuidados por el ser humano, como se escribe en Pinos de Gáldar. El Ocaso de un pinar, del biólogo canario Águedo Marrero.
Afortunadamente, el hibridismo multiespecie asoma desde muchos ámbitos: en la toponimia, en los grabados rupestres, en los motivos decorativos de la cerámica como la imagen antropodentromorfa (figura mitad humana mitad árbol) del Vaso de Arzcobriga, en Zaragoza, s. I d. C.; o la de los hombres osos, Les trois frères, de los Pirineos franceses; imágenes que representan la unión multiespecie como algo natural y cotidiano. Además, la etimología siempre es amiga y nos lleva de la mano al origen, y desde el origen se puede entender mejor el significado de las cosas.
Humano proviene del latín humanus, que está relacionado con homo (ser humano) y con la raíz humus (tierra o suelo). En el principio fue barro…